martes, 2 de junio de 2020

Reflexiones en medio del confinamiento: perspectivas desde la ética, la responsabilidad con la humanidad y la felicidad

Escribir estas líneas en medio de una declaratoria de pandemia es de las últimas cosas que hubiese podido imaginar hace unos meses. Creo que el contexto ha sido una fuente de inspiración para escribir estas palabras como una aproximación a la ética, la felicidad y la masonería, tratando de responder a la pregunta: ¿Hoy qué significa ser masón? 

En primer lugar, quiero referirme a la felicidad un concepto amplio y para muchos impreciso. Schopenhauer a partir de tres determinaciones básicas: lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa. Lo que somos los masones desde nuestra iniciación,    cuando emprendemos un viaje espiritual donde converge lo que somos y lo que deberíamos ser. No obstante, este trabajo personal no puede confundirse con la individualidad, por el contrario, es un viaje que debe emprenderse con propósito colectivo.  Bajo esta visión entonces, sería importante responder tres preguntas: A) Qué implica ser masón en medio de la pandemia; B) ¿Qué tenemos los masones en la actualidad?; y C) ¿Qué representamos en el presente y el futuro?

Sobre qué implica ser masón en medio de la pandemia, creo que es un escenario que pone a prueba todos los principios masónicos y de manera particular la libertad, la igualdad y la fraternidad. 

Se ha trastocado la normalidad y han quedado en evidencia los grandes problemas estructurales de la garantía afectiva del derecho. El confinamiento ha sido de las medidas más lesiva de los derechos humanos, especialmente los fundamentales, que en el marco de un estado de excepción, estas limitaciones sean admisibles, lo preocupante es que estas medidas transitorias con el paso del tiempo están ad portas de volverse permanentes, lo cual pone en riesgo el ejercicio de las libertades tal y como las conocemos.

Libertad, igualdad y fraternidad, se encuentran en peligro.  La libertad sublime plasmada con la tinta de la pluma de Rafael Núñez en nuestro himno nacional, empieza a diluirse en el mar de las restricciones excesivas, el abuso del poder,  la arbitrariedad la censura y el miedo a una pandemia que hubiese tenido otra suerte en América Latina de  no haber sido por la cuenta de cobro que nos está pasando la corrupción que ha desangrado por años el sector salud, el sistema financiero, la política sin sentido, la indolencia frente a las realidades sociales que por años han cosechado desigualdad construyendo brechas que hoy se profundizan y nos tienen al borde de una recesión sin precedentes.  

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Estamos siendo testigos de todos los valores anti masónicos en el cuerpo de una pandemia, la cual ha sembrado miedo, zozobra y desesperanza.  Este panorama sin lugar a dudas es un llamado a retomar las banderas de nuestros principios masónicos, resignificados en una realidad donde la fraternidad y la consciencia del otro son la clave para avanzar en nuestros trabajos. Fraternidad no como agregado simbólico, fraternidad no como una imposición, no como un mito, sino más bien como un imperativo y un compromiso real. 

 ¿Qué tenemos los masones en la actualidad?  Nuestras herramientas. Aunque la respuesta parece obvia en principio, nuestras herramientas son nuestra posesión más preciada pero la menos valorada.  Cada uno desde nuestros roles en el mundo profano hemos procurado impactar nuestro medio, poner en práctica nuestros principios, sin embargo, es necesario trascender la individualidad. Como obreros no podemos perder de vista que la piedra bruta que individualmente pulimos, encaja de manera perfecta en la construcción de nuestro templo. Es importante recordar que, si se pule desde la individualidad, así sea el más perfecto trabajo, será vano en la medida en que dicha piedra nunca encajará de manera armónica en nuestro templo. Este es un llamado a sumar esfuerzos desde nuestros respectivos orientes, los cuales deben ser constantes desde el mediodía hasta la media noche.  Es un llamado a la unidad y la coherencia entre nuestra vida profana y nuestra vida masónica.  No podemos ser testigos mudos de la injusticia, la desigualdad, la arbitrariedad, la indolencia. Nuestras herramientas en perfecta armonía, compás, escuadra, cincel, mazo, plomada, nivel, palanca, la regla. Debemos quitarnos los guantes para abrazar la realidad profana en cadena de unión. Salud, fuerza y unión como un propósito constante y no solamente como un privilegio masón.   

 

¿Qué representamos los masones en el presente y el futuro? Eso depende de las decisiones que tomemos en el presente. El presente constituye el único patrimonio de la vida, que nunca nos puede ser arrebatado. La felicidad siempre la vemos en el futuro o en el pasado, nunca en el presente. Vivimos concentrados en el futuro y dándole poca importancia al presente. Debemos salir del egoísmo estructural donde la solidaridad se torna imposible.  El egoísmo es compatible con la moral del sentido común y las buenas costumbres. Debemos construir un ético masónico basado en la resignificación de nuestros principios, un lugar donde no haya cabida a los prejuicios, pero si a un orden demócrata, solidario, justo, diverso, cada día más sensible, compasivo, fraterno desde el verdadero sentido humanista, como sinónimo de integración y edificar así nuestro templo al progreso y al perfeccionamiento de la humanidad.

Para quienes trabajamos desde distintas profesiones para alcanzar sociedades más libres, igualitarias y solidarias. Para quienes en nuestro quehacer cotidiano defendemos y reconocemos en los otros sus derechos fundamentales consagrados en nuestra Constitución Política, en la que se plasma el compromiso de hacer de nuestro país una República “democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran”, hoy sentimos la necesidad de romper nuestro silencio para dejar que hable la realidad de nuestra patria que con asombro se devela en su plenitud ante la crisis de la pandemia, situándonos en la incertidumbre de un ineludible cambio histórico.

No obstante nuestra frágil democracia, ya casi sin valores que parecen extinguirse ahogados en la corrupción de un neoliberalismo rampante, los ciudadanos de Colombia frente a la enfermedad del COVID 19 confiamos en el único asidero posible, el gobierno y sus estructuras públicas puestas al servicio del bien común como es el mandato Constitucional; sin embargo, hoy a esa ciudadanía que tiene el derecho a la protección de un Estado de Derecho para vivir dignamente, se le han vulnerado todos sus derechos: los económicos por una inadecuada y equivocada distribución de los subsidios; en lo político, sin la defensa de los derechos humanos; en lo cultural, sin el reconocimiento del otro, del más vulnerable, para asegurarse así conservar el poder y la riqueza.   

 

Que  decir del derecho a la educación, cuando el bien más preciado es el conocimiento generador de ideas y por tanto de riqueza, hoy las universidades casi que agonizantes piden subsidios del gobierno para no desaparecer; pero en su soledad y sin respuestas coherentes se han visto obligadas a competir única y exclusivamente desde lo económico; la que más rebaje el valor de las matrículas, más estudiantes captará, no importa la calidad en su formación, pues hoy en medio de la crisis ha perdido su prioridad, al igual que la educación pública que hoy proclama una virtualidad inexistentes, nos dimos cuenta que un 60% de nuestros estudiantes no tienen conectividad, la gran mayoría ni siquiera un computador,   ¿Será que de ahora en adelante también se desconocerá el derecho a recibir una educación de calidad?

 Cada vez se acelera más el estado de precariedad de los derechos fundamentales como el de la salud; poblaciones enteras ven morir sus seres queridos por falta de los equipos necesarios, o por escases de personal de salud para prestar un eficiente servicio. También el derecho al trabajo es de asombrosa flexibilidad e inequidad, pues son muchas los colombianos que deben decidir entre exponerse al virus o morirse de hambre.  

Como colombianos guardamos la esperanza que esta crisis humanitaria  despierte la conciencia social, capaz de    transformar  esas estructuras de corrupción de un estado en decadencia, y permitir el surgimiento de una nación soberana, democrática, pluralista, participativa y defensora de la libertad, la igualdad y la vida.

 

Es nuestra palabra Q.:Q.:H.:H.:.

 

Construcción Colectiva de los Q.:H.: de la R.:L.: 2046 María Cano.