La laicidad del Estado y de
sus instituciones es ante todo un principio de concordia de todos los seres
humanos fundado sobre lo que los une, y no sobre lo que los separa. Este
principio se realiza a través de los dispositivos jurídicos de la separación
del Estado y las distintas instituciones religiosas, agnósticas o ateas y la
neutralidad del Estado con respecto a las diferentes opciones de conciencia
particulares.
Puede definirse la laicidad
como un régimen social de convivencia, cuyas instituciones políticas están
legitimadas por la soberanía popular y no por elementos religiosos.
Si la laicidad designa el
estado ideal de emancipación mutua de las instituciones religiosas y el Estado,
el laicismo evoca el movimiento histórico de reivindicación de esta
emancipación laica.
La laicidad pretende un orden político al servicio de los ciudadanos, en su condición de tales y no de sus identidades étnicas, nacionales o religiosas.
Dánae, Venus y Adonis, las primeras poesias. Tiziano Museo del prado, Madrid |
La laicidad pretende un orden político al servicio de los ciudadanos, en su condición de tales y no de sus identidades étnicas, nacionales o religiosas.
El término laicidad viene
del vocablo griego laos, que designa al pueblo entendido como unidad
indivisible, referencia última de todas las decisiones que se tomaban por el
bien común. El laicismo recoge ese ideal universalista de organización de la
ciudad y el dispositivo jurídico que se funda y se realiza sobre su base.
La laicidad descansa en tres
pilares: La libertad de conciencia, lo
que significa que la religión es libre pero solo compromete a los creyentes, y
que el ateismo es libre pero solo compromete a los ateos; la igualdad de
derechos, que impide todo privilegio
público de la religión o del ateismo; y la universalidad de la acción pública,
esto es, sin discriminación de ningún tipo. Esas son las tres exigencias
indisociables del laicismo, afirma Henri Peña-Ruiz
A continuación un fragmento del discurso de la Gran Maestre Ivette Ramón al entregar su cargo
“Como a veces se me han
pedido explicaciones en relación a una sola palabra de nuestra Constitución,
introducida en 1997 y luego explicitada en 2012, la palabra laicidad, deseo
aportar una precisión que finalmente debería poner un término a desacuerdos que
no tienen absolutamente ningún espacio en el seno de nuestra Orden.
Ciertas interpretaciones de
este concepto continúan siendo totalmente fantasiosas, generando de esta manera
unos desarrollos y unas posiciones incompatibles con el espíritu masónico de LE
DROIT HUMAIN.
La laicidad no es el rechazo
de las creencias o de las religiones. Tampoco se trata de un combate contra
unas y otras. La laicidad no es un dogma.
La laicidad no es una
religión atea que sería discutida en un plano filosófico. La laicidad es un
principio de respeto mutuo, recíproco, de las creencias o de las nocreencias,
de las convicciones de cada uno dentro del espacio común, dentro del espacio
público. Bajo la amenaza de conflictos, de intolerancia, de guerras de
religión, de comunitarismos, que están al lado opuesto de las concepciones de
LE DROIT HUMAIN, las creencias, las no-creencias y las convicciones, deben
permanecer en la intimidad de cada uno, sin proselitismo.
Este respeto del otro,
fundamento de nuestra institución masónica, que deja a cada uno su espacio
personal dentro de su intimidad, es la principal condición de la vida armoniosa
dentro de nuestras logias, dentro de nuestras jurisdicciones, dentro de
nuestras federaciones.
La laicidad, tanto dentro de
la vida masónica como en el espacio de nuestra vida profana, es un código de
comportamiento, pero también un principio constitucional en LE DROIT HUMAIN:
este principio aplicado, permite a los Hombres y a las Mujeres el poder
entenderse, el poder vivir en buena armonía sin barreras comunitaristas.
En consecuencia, nuestros
rituales no deben mostrar ninguna evidencia de pertenecer a una creencia,
incluso bajo formas alteradas, y por parte de los profanos, las Hermanas y los
Hermanos no deben exigirles nada más que el hecho de ser hombres y mujeres
libres y de buenas costumbres, deseosos de trabajar honestamente a su propio
progreso y al progreso de la Humanidad.”
GGC
V:.M:.
GGC
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