Voy a permitirme iniciar esta Plancha con una cita de la divina comedia de Dante Alighieri en el Canto 1 del
infierno:
“A la mitad del viaje de mi vida me encontré
en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto.
¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje,
áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan
amargo, que la muerte no lo es tanto.
Pero antes de hablar del bien que allí
encontré, revelaré las demás cosas que he visto.
No sé decir precisamente cómo entré allí; ya
que adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino.
Pero al llegar al pie de una cuesta, donde
terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba,
y vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad
por todos los senderos.”
La escalera iniciática asciende hacia la luz
del conocimiento, pero sus giros no son ajenos a los claro oscuros que
propician los recodos y los ángulos propios de la senda masónica.
En ocasiones se observa el lejano resplandor
del delta radiante, alternado por momentos de oscuridad entre las sombras del
espíritu humano.
Para Dante, la mitad del viaje de la vida se
refiere al medio día masónico, aquel momento de superflua lucidez donde la
madurez apenas es un esbozo del futuro, y en el cercano pasado, aún se siente
el ímpetu de la juventud que alcanza el culmen de los deseos y los anhelos.
Este, queridos hermanos, podría ser el caso
de nuestro taller.
Hemos recorrido algunos años construyendo
sobre columnas fuertes y hermosas, relucientes de sueños y soldadas con dedos
entrelazados producto de cientos de cadenas de unión en logia.
Somos el producto de un trabajo único, donde los
obreros calificados han contribuido con una capa tras otra de mampostería fina,
con la libertad como aliciente y la fraternidad como pegamento vivo.
Adormecido en procura de su guía, entro Dante
al primer círculo del infierno, tratando, en medio de la bruma y la
desesperanza, de encontrar a Virgilio.
Con el llevaba el difícil lastre de sus
pasiones; de aquellas pesadas maletas que tanto nos cuesta dejar, el orgullo,
la envidia, la ira, las ansias de reconocimiento y de poder, aquellas que a
pesar de que en el mundo profano tengan alguna utilidad, solo sirven en el
mundo masónico para darse cuenta de lo difíciles que son de llevar y que solo
logran hundir los zapatos y hacer más difícil el tránsito por la diminuta
puerta de la iniciación.
Sin embargo, la luz siempre está allí, en el
planeta que Dante consideró seguro, el camino hacia la verdad, hacia la
realidad de las cosas que se logran entender.
Siempre habrá un camino entre las
dificultades, siempre seremos viajeros de la espiral de un ADN colectivo, que
tiene la misma estructura de la escalera que decidimos iniciar, la misma de
Rembrant en su meditación filosófica y de Da Vinci en su juan bautista.
El filosofo en meditación Rembrandt Museo de Louvre, Paris |
Somos los depositarios de una tradición de
ciencia mágica o de creencia escéptica, un crisol de posibilidades tan infinito
como las estrellas de la bóveda celeste, donde los afinados telescopios de los
masones siempre apuntan tratando de develar el enigma de los tiempos.
Nuestro taller toma fuerza luego de que las
hogueras del solsticio encendieron los corazones de sus miembros, dejando que
el trigo y el vino se mezclaran en esa intima luz propiciada por los pergaminos
del ayer, del pasado, desde el cual se proyectan nuestros ancestros para marcar
un nuevo camino hacia el oriente.
Juntos queridos hermanos y apoyados por
nuestros amigos verdaderos, todos presentes en esta cámara de francmasones,
tomaremos un legado de honor, de perseverancia y de lealtad y lo convertiremos
en un nuevo faro desde donde nuestros mandiles logren reflejar la luz que emana
desde la brillante y eterna estrella del ara de los juramentos.
Los invito hermanos a caminar juntos, corazón
con corazón, busquemos confiados al Virgilio que va a nuestro lado, aquel que
tiene cara de amigo, de hermano, de maestro o de aprendiz.
Es mi Palabra.
GGC
V:.M:.
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