La cortina se ha elevado dejando pasar la luz que con
un delicado calor me recibe tras un largo camino, sendas que al atravesarlas me
han impregnado de la maravillosa esencia de su aroma dejando marcas en una obra
de la cual apenas se conocen sus primeros trazos.
Es una búsqueda que a veces implica
renuncias, otras más implican asumir las transformaciones internas para hacer
de la prédica y del deseo un arte de la coherencia y la práctica. Algunas vías
insisten en el silencio, la austeridad, la palabra cuidadosa y la visión amplia
del amor desmedido, otras nos hacen escoger la pasión, la fuerza de las ideas y
el impulso irrefrenable de nuestra voluntad hasta alcanzar el mundo de la
belleza y desatascar la felicidad, buscando darle paso a la comprensión
afectuosa de lo que vamos siendo y de nuestra influencia sobre aquello que nos
rodea.
No obstante, la senda se ilumina solo hasta donde
nuestros pies traspasan el umbral de la penumbra, en adelante continua al
margen de cualquier visión consiente, aquel horizonte inhóspito será el
siguiente paso en un camino personal que no exige derrumbar grandes paradigmas,
ni desentrañar antiguos símbolos, ni demostrar algún tipo de poder, ni actos
heroicos de placeres desconocidos. Lejos de las técnicas exóticas y pintadas de
misterios, sólo hay que observar, aceptar y actuar con sencillez, arriesgarse a
vivir con la plenitud de nuestros sentidos y dejar que las maravillas
impresionen nuestra retina cada día.
Peña bonita Valinore |
Tomar la decisión de estar en una vía de conocimiento
es poder ver que la vida es cotidiana, es ahora, es en este instante. Es
admirar la belleza y la bondad de caras nuevas, es abrir el corazón a la luz de
una mañana que aún podemos percibir, es saborear el afecto de las almas que nos
acompañan y nos llevan de la mano en algunos tramos y saber que nuestra existencia
es un regalo de una naturaleza generosa. El camino de búsqueda interior es
estar dispuesto e inocente para sonreír y maravillarse por lo que nos sucede
hoy. No hay otro poder más grande, no hay otra fuerza mayor, no hay un mejor
éxito que la vida que vivimos: maravillosa porque estamos vivos, magnífica
porque es única, amorosa porque estamos con otros, espiritual porque nos une,
preciosa porque es la nuestra.
En la vía del conocimiento, lo simple no puede ser
indiferente a los otros y es con la decisión y apuesta diaria por lo sencillo
que se conoce la libertad.
Ninguno de los viajes íntimos y esotéricos pueden
tener fin ni arribar a puertos seguros; sufren de las mismas seducciones de
poder, de la inocencia o del delirio de las sociedades. Cualquier navegante de
sí mismo requiere de tantas brújulas como dosis de intuición, porque en cada
atajo encontrará resguardadas de la luz las deficiencias que lo hacen débil y
que a veces se confunden con verdades absolutas, sobre todo cuando se aventuran
desde donde las ceremonias rompen con lo cotidiano.
Los caminos hacia lo desconocido rompen el escudo de
la indiferencia, hacen de nuestros pasos cinceladas de esperanza y retumban en
los ecos de la incapacidad como vibrantes campanadas de luz y determinación, dar
un paso más cuando las apuestas están en contra, hace que la constancia se
fragüe y se endurezca hasta constituirse en la espada de un guerrero tan
capacitado como sensible, tan competente para combatir en las batallas de la
omisión como hábil a la hora de demostrar sus emociones.
Rondar el camino propio hacia el interior oscila entre
momentos de introspección y aquellos en que se arraiga la vocación profunda por
el deambular en un mundo vestido de ideales, guerras y propósitos. Por eso, el
equilibrio entre mirar hacia adentro y mirar hacia afuera es parte de la mezcla
mágica del caldero del alquimista y del aprendizaje de sí mismo.
Es dentro de cada cual, dando un paso tras otro en el
laberinto de nuestra existencia donde hallamos la manera de percibir lo
infinitamente pequeño de nuestro mundo o las pequeñeces infinitamente
importantes de las que se compone.
El bosque Valinore |
Tal vez no es lo uno o lo otro sino lo uno y
lo otro para disfrutar la propia encarnación y darse el lujo de abrir y cerrar
los ojos, de ver y no ver, de creer y no creer, de amar y seguir amando, de dar
y recibir, de soñar y construir, de escuchar y de decir, de compartir y darle
una nueva vuelta al mundo.
Los nuevos caminos exigen pasos renovados que dejen en
el suelo huellas bien dibujadas, pasos que perduren en el tiempo y la
distancia, marcas indelebles de un transcurrir de pasión y entrega, pasos que
nos recuerden la fuerza del espíritu y la belleza de saber modelarlo.
GGC
M:.M:.
GGC
M:.M:.
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