martes, 5 de abril de 2022

Cruzadas del siglo XXI


De Vietnam a Ucrania
Mural Palermo- Buenos Aires
Argentina 


Estamos asistiendo a uno de los momentos más aciagos de la historia reciente de la humanidad, un momento en que las herramientas simbólicas parecen no tener eco, los ruidos de la guerra ahogan las fraguas y los malletes, y la desesperanza invade los templos milenarios de los maestros masones. Acaso ¿El delta luminoso ha menguado su luz?, ¿Será posible que las herramientas simbólicas se hayan roto ante nuestros ojos?

El cambio climático, producto de una depredadora sed de capital y poder, ha venido cambiando nuestro ambiente a pasos agigantados, la crisis alimentaria global da cuenta de un proceso casi imparable y autodestructivo donde el aire caliente y contaminado inunda cada célula, cada rincón del cuerpo, cada mutación, cada pensamiento.

Derivada de la crisis climática surgió una pandemia, que en menos de un mes sumió a la humanidad en la incertidumbre, en el terror de ver pasar la muerte por la ventana y de respirarla en cada bocanada de aire, una infección feroz que todo lo infiltra y que todo lo toca. Vimos los muertos en contenedores fríos apilados en Europa, en Asia, en América del norte, presenciamos las calles vacías en nuestras ciudades y los supermercados alojando uno que otro paquete, esperando a alguien que por fin desocupara el ultimo anaquel.

No obstante, en aquel horizonte oscuro, una luz de esperanza nos dio buenas nuevas, y la misma tecnología que ha calentado la tierra y que derrite los polos, nos dio una manera de vencer a ese enemigo antiguo y recurrente, aquel que es imposible de eliminar y que se reproduce y evoluciona a velocidades inimaginables, un virus. Parecía que estábamos salvados y que nos reconciliábamos con la existencia, que las tasas de mortalidad volverían a caer y que la sobrepoblación seguiría su rumbo catastrófico.

La vacuna relámpago y la carrera biológica puso en la pista a las grandes potencias del mundo, ¿Pfizer o Sputnik?, ¿Sinovac o Janssen?, ¿acaso la guerra fría no era cosa del pasado, acaso el muro de Berlín no había caído en el 89?

Guerra, ¿quién diría Guerra en el siglo XXI?, sería impensable después de una pandemia, o eso dirían en algún magazín light de algún noticiero de las 7 de la noche.

Guerra, sí.

La guerra inicio otra vez, así como un virus infiltra los inermes ADN de sus víctimas, así como la capa de ozono sucumbe ante la polución, así como los corazones se endurecen y se acostumbran a las bombas y a los helicópteros artillados, así como los portaaviones rompen las olas del mediterráneo, el mar báltico y el mar negro, igual que siempre, la guerra ha vuelto.

Alguien dirá: nuestro país ha estado en guerra por décadas, o sufrimos más por la pandemia en Colombia porque somos un país con profundas desigualdades o, si, hemos contaminado el rio Bogotá borrándole la historia de los conquistadores españoles que fueron de los primeros en teñirlo de rojo.

Sí, es cierto, lo local es el reflejo de lo global.

Pero ahora estamos en peligro todos, todos como especie, incluso siendo depredadores, invasores y devastadores de planetas, no deberíamos desaparecer así no más.

Hoy debemos tomar como arma, la razon, como escudo la tolerancia, y como arenga, la necesidad de que hombre y mujeres marchen juntos en búsqueda de un ideal común: La paz, el bienestar colectivo y la construcción de sociedades justas, lejos de la vanidad, la ignorancia y el fanatismo.

Pero ¿Cómo hacer frente a enemigos tan temerarios?

The Warrior
Jean Michel Basquiat
1982

Nos queda la Fé, o la íntima persuasión de la conciencia fundada en la razón y el estudio de la naturaleza de las cosas y del espíritu humano. No una fe ciega, no una fe imposible, sino una fe de la bondad, una fe que no vamos a encontrar en ídolos políticos trepados en atriles o tarimas, ni en mesías cargados de dólares y de balas de mortero. Una fe que nace de las personas buenas y que aún creen que podemos lograr algo que nos salve de la hecatombe.

La misma fe que nos llevó a convencernos de que el dialogo era la única forma de abordar el paro nacional, la misma que nos permitió pensar en colectivo cuando nos vacunaron en la pandemia, la misma que nos hace pensar que aun somos merecedores de este mundo y de sus maravillas.

Nos queda la esperanza o la perspectiva futura del bien, el presentimiento de la recompensa, basada en la ley del equilibrio universal; pues, así como tras de la noche viene el día y tras de la tempestad viene la calma, así después de los dolores que algunas veces nos aquejan, debemos creer que vendrán días de calma y bienestar, en que nuestro espíritu reposará.

Pero es una esperanza firme, aquella que nos alienta a pensar que los que ayudan a los refugiados en la frontera de Polonia, lo hacen por amor al otro, por empatía con el sufrimiento. La esperanza de una nueva Colombia donde el hambre sea historia de un pasado difuso y que la equidad en todos los aspectos de la sociedad sea una visión calara del futuro.

Y nos queda el amor fraterno, o la sensación indefinible que brota del alma a la sola idea del sufrimiento, que nos impulsa a consolar el infortunio, sin premeditación, sin condiciones y sin el intento de la recompensa. Es el abandono del orgullo y de la vanidad, que a veces se esconden entre las campañas sociales por los pobres y desvalidos buscando reconocimiento o dadivas entre los desprevenidos.

Es una fraternidad de corazón, un sentir por el otro, genuino, autentico, con la consiente sensación de amor entre iguales, que están en diferentes situaciones de la vida.

Fe, esperanza y amor fraterno es lo que gritan los maestros del compás y la escuadra.

De la luz eterna del amor sincero por el otro y del solido mallete de los obreros de la verdad y la razón.

Es mi Palabra

G:.G:.C:.

 

M:.M:.

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