El poeta cubano Nicolás Guillén dijo en
un poema que su nombre era “un santo y seña / para poder hablar con las
estrellas” y como yo tengo el honor de ser, desde hace varios años, un Maestro
Masón de la OMMI (Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain -El Derecho Humano), saludo a todos mis Hnos:. y Hnas:. esta noche de celebración del
Solsticio de Invierno, diciéndoles que ese santo y seña para poder hablar con
las estrellas que para mí significa ser masón, e ilumina siempre mi corazón con
nuevo ímpetu y compromiso. Por una especie de trance iniciático o del azar
inefable que a veces nos llega en la vida, ese verso de Guillén ha estado
retumbando en mis oídos de manera incesante, como si fuera el único canto de mi
voz interior en este ya largo paso por la Masonería, el que ahora retomo para
desentrañar, para saber por qué esas palabras del “santo y seña / para poder
hablar con las estrellas” tienen una poderosa fuerza para conmemorar este
solsticio de invierno.
Quizás por la carga simbólica en el
proceso constructor de nuestro templo interior y exterior, ese “un santo y seña
/ para poder hablar con las estrellas” me permite otra mirada al papel
trascendental que todos debemos asumir como transformadores de la sociedad. Este
caminar entre mis Hnos:. y Hnas:. me conduce a estar metafóricamente cerca de
las estrellas, tener ese santo y seña de mi vida y así conocer de otros Hnos:.
y Hnas:. con los que me siento unido en estos sueños de humanidad. Philippe
Ariès, el gran filósofo francés historiador de la muerte, en su obra Historia
de la muerte en Occidente había planteado cómo uno de los problemas más
radicales de Occidente radica en la negación de la muerte individual y su
conversión en espectáculo público. Por ello, intento ligar ahora los conceptos
de solsticio y muerte; y me pregunto por qué nosotros tememos tanto a la
muerte, por qué nos causa tanto terror, por qué su asedio turba nuestro
entendimiento y nos llena de tristeza y desazón, si finalmente todos vamos a
llegar a ella, si es la realidad más rotunda que enfrentamos, si es nuestro
inconfesable destino.
Temor inevitable a la muerte, palabra poética
para nombrar al nombre y Solsticio de Invierno, ¿dónde reside el secreto
encanto de esa aparente disyunción de sentido? Como provocación, les puedo
decir que cuando imaginamos la vida y la muerte, la luz y la sombra, el día y
la oscuridad, el estar y el no estar, el ser y la nada; cuando la palabra es el
instrumento para subir a las estrellas, nuestro ser se diluye, nuestra
existencia se esfuma y habitamos sólo en el lenguaje. El lenguaje del poema, el
de la imprecación, el del absurdo y el de irracionalidad o la intuición. Para
mí, esta celebración del Sol quieto –que es el origen de la palabra Solsticio- y del Invierno, que es la
estación de la oscuridad y la muerte o el silencio en los países nórdicos, esta
celebración tan entroncada en el pensamiento esotérico de todos los pueblos y
de la masonería, es una especie de llamada a la reflexión sobre nuestra
finitud: el 21 de diciembre es el día más corto del año en esa tradición Occidental,
que llegó a nosotros con un simbolismo muy especial, ese misterioso día de
tenue y breve luz, nos dice muchas cosas. Tan corta la luz, que debemos
temerla, tan larga la oscuridad, que debemos prepararnos para su presencia
irremediable. Sol y Luna, Luz y Sombra, el espejo bifronte de los griegos, el
yin/yan de los chinos, la oposición constitutiva de nuestra existencia,
realidades absolutas de lo que es el ser humano en su paso fugaz por la vida. En
el solsticio de invierno se conmemora, se celebra y se teme al Sol que amenaza
desaparecer, por su débil luz, para que no sobrevenga la noche homogénea de la
oscuridad, que puede engullirse todo; en el solsticio de verano se conmemora,
se celebra y se teme al sol fulgurante que de tanto darnos el esplendor del día
puede adueñarse de la noche y puede borrar de la faz de la tierra la diosa
Luna, señora de la oscuridad.
¿Por qué, entonces, tanto temor, tanta
voluntad absurda de negar la muerte?, ¿por qué tantas utopías religiosas
monoteístas fundan su razón de ser en el temor al más allá si los seres humanos
somos en esencia del mas acá, y somos también disfrute y nostalgia, simplicidad
y trascendencia, respiración y silencio? Si, finalmente, la vida no termina con
la muerte, como lo pregonan estas ideologías del desastre y el miedo, porque
también es milagro, también alegría; si la muerte, como lo imaginaron y
creyeron nuestros antepasados prehispánicos es el lugar del misterio al que
vamos a parar todos los seres después del rito de paso que significa la vida, en
el maravilloso cosmos de sus religiones politeístas donde vida y muerte, sol y
luna, cielo y tierra, mundo e inframundo tenían sus deidades sagradas… si todo
eso es así, mis queridos Hnos:. y Hnas:. de todos los grados que nos acompañan
esta ceremonia, ¿por qué tanto miedo ante la muerte?. Con toda la limpieza de
mi espíritu y la tranquilidad de mi corazón frente a un camino que volvió a
tener sentido cuando ingresé a la Masonería de El Derecho Humano, creo que, por
el contrario, y en honor al simbolismo que profesamos para mejor entender estos
imponderables conceptos de la vida como de la muerte, creo y siento que debemos
celebrar el día de Luz más tenue para que llegue luego la Luz plena, que debemos
celebrar la noche más larga para gozar la noche más corta, en el eterno
presente de la armonía. Las estrellas, en fin de cuentas, son la luz que
ilumina la noche, son soles apagados que nunca dejan de brillar, para que no
todo sea el agujero negro donde sólo reina el caos de la homogeneidad.
El Solsticio de Invierno, en fin, nos
ubica con los ojos despiertos frente a todo el simbolismo de nuestro Ritual,
para renacer en la raíz del árbol de acacia, para multiplicarnos como las
espigas de trigo y entre todos encontrar los instrumentos del obrero masón,
para entender nuestra finitud en el aprendizaje cotidiano de la vida y en la
preparación cotidiana de la muerte. El Sol de medianoche, tan bello y lejano,
como muerte renacida, la Luz de mediodía, tan fugaz y etérea como la vida que
se esfuma; ambas inherentes a esta condición humana que nos hace tan precarios
y a la vez tan necesarios y trascendentes para la marcha incesante del
universo. Y tan útiles para que con nuestro trabajo el mundo sea mejor, en esta
brizna de fuego y agua que es nuestra existencia.
C:. V:. S:.
Or:.
Or:. de Pereira, Diciembre
16 de 2022 (E:.V:.)