miércoles, 26 de marzo de 2025

Preludio a la fundación distópica


Imagen cortesia de la tapadera.com


Todo el progreso genera miedo, pero estamos a puertas de un salto tecnológico sin precedentes y es la integración social de las inteligencias artificiales, las máquinas y el mundo que hemos construido los humanos. Cabe reflexionar sobre lo que hemos hecho a lo largo de los últimos siglos en relación con nuestros recursos humanos, intelectuales, orgánicos e inorgánicos. Si bien la calidad y expectativa de vida ha mejorado en algunos aspectos, al mirarnos como especie al espejo debemos afrontar que la codicia ha saltado nuestro instinto de conservación de todas las maneras posibles y ha profundizado las divisiones que hemos creado y las que seguimos creando a hoy. Viejas narrativas y nuevas estrategias nos sumergen en discusiones sin sentido práctico y material que no aportan al caos que hemos desatado en términos ambientales. Es en ese escenario distópico y poco alentador donde la posibilidad de ascenso y aceptación de una potencial tecnocracia nos acecha. Al humano le ha quedado grande esta tarea, tal vez un algoritmo lo haga mejor; no es mi conclusión pero sí la de muchos y cada dia mas. Es por eso, que hoy en el preludio de esta fundación de nueva sociedad que vivimos debemos plantar fuertes columnas, que permitan ser la brújula del provenir y cabe reflexionar sobre algunos aspectos. Dimensionar así el impacto social, no era una cuestión de conciencia de clases, sino de instinto de conservación de nuestra especie. Como lo propuso Asimov en sus leyes de la robótica y que hoy por hoy se están reemplazando, pero que no tienen una propuesta estándar aún, con lo que hay grietas que a propósito permiten desarrollos para aplicación en la guerra y otros usos nocivos, no es la robótica, o la IA mala per se, pero son herramientas que pueden ser manipuladas para fines particulares, teniendo un potencial de mejorar la vida de todos los seres humanos en diversos campos.

Inteligencia Artificial y Tecnocracia: ¿Utopía o Distopía Programada?

La automatización basada en IA ya permea gobiernos y economías: desde algoritmos que optimizan recursos públicos en Estonia hasta chatbots judiciales el sistema "JUDI" (Jurisprudential Database Initiative) de Singapur que emplea IA para asistir en consultas legales básicas. Estas herramientas prometen eficiencia, pero su implementación actual revela una paradoja: mientras los Estados adoptan modelos tecnocráticos, el control real recae en gigantes tecnológicos que monopolizan la infraestructura cloud (AWS, Google Cloud, Azure). Quien posee los servidores y los modelos de lenguaje define las reglas del juego; como los sistemas de vigilancia con reconocimiento facial, desarrollados por empresas privadas, se usan en políticas migratorias sin escrutinio democrático. El riesgo no es solo la concentración de poder, sino la opacidad: ¿quién audita los algoritmos que deciden subsidios o sentencias?. El futuro próximo plantea escenarios más complejos. Si las IA generativas como GPT-5 o Gemini Ultra se integran en la toma de decisiones legislativas, podrían optimizar leyes, pero también replicar sesgos o crear dependencia sistémica. Imagine una burbuja donde las tecnocracias dependen de IA no reguladas: fallos en el código derivarían en colapsos sociales. Además, la automatización acelerada podría desencadenar en desempleo estructural, muchos de los trabajos administrativos públicos son automatizables. Frente a esto, surgen alternativas híbridas: marcos legales que exijan transparencia algorítmica y el desarrollo de clouds públicos, como la iniciativa europea GAIA-X, que es un proyecto para crear una infraestructura cloud soberana y federada, en respuesta a la dependencia de corporaciones

La mitigación de daños requiere reinventar el contrato social. El salario básico universal (SBU) se perfila como compensación ante los despidos masivos, pero sin reformas fiscales que graven a las empresas de IA, el SBU es insostenible. Alternativas complementarias incluyen la reconversión laboral hacia roles de supervisión de sistemas autónomos y la “semana laboral de 4 días” para redistribuir el trabajo restante. La clave está en desvincular el valor humano de la productividad: si la IA gestiona lo técnico, la sociedad podría enfocarse en lo ético. La pregunta no es si la tecnocracia es inevitable, sino quién y para que, programa sus algoritmos.

Japón y el debate sobre el salario básico universal (SBU) frente a la IA y la automatización

Japón, una potencia tecnológica con una población envejecida y una fuerza laboral en declive, explora el salario básico universal (SBU) como posible solución a los desafíos económicos y sociales derivados de la automatización y la IA. Aunque el país aún no ha implementado un SBU a nivel nacional, el tema ha ganado relevancia en el debate público y político, especialmente ante la creciente adopción de robots y sistemas inteligentes en sectores clave como la manufactura, los servicios y la atención médica.

Japón parece inclinarse por un enfoque pragmático: combinar SBU parciales (dirigidos a grupos específicos, pues parte importante de la población japonesa no considera apropiado recibir compensación sin esforzarse) con políticas de mejoramiento de competencias y regulación ética de la IA. El objetivo no es solo mitigar despidos, sino redefinir el rol del ser humano en una sociedad donde la tecnología asume tareas repetitivas. La IA debe liberarnos para enfocarnos en lo que nos hace humanos.

Es evidente que la integración de inteligencias humanas y artificiales penetrará cada aspecto de la vida de los seres humanos y así mismo el modo en que se gobierne la humanidad, es por tanto imperativo establecer reglas que no minen el avance tecnológico, ni la calidad de vida de las personas, sino que sean apoyos mutuos como los que sostienen la piedra angular de un arco romano, que es el progreso y mejoramiento continuos de la humanidad y las nuevas formas de conciencia no orgánicas de las cuales estamos presenciando su génesis. 

Es mi palabra 


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