Un
símbolo es una figura u objeto que tiene un significado convencional. Pero esta
definición nos resulta incompleta. “El hombre –dice Carl G. Jung- emplea la
palabra hablada o escrita para expresar el significado de lo que desea
transmitir... su lenguaje está lleno de símbolos, pero también emplea con
frecuencia signos o imágenes que no son estrictamente descriptivos...”
Logotipos, emblemas, marcas de fábrica, las iniciales de algunas
organizaciones, adquieren un significado reconocible según al uso común. Sin
embargo, Jung afirma que tales cosas no son símbolos. Son signos y no hacen más
que denotar los objetos a los que están vinculados.
Una
imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y
obvio. El proceso por el que un símbolo adquiere carácter universal está
inmerso en el desarrollo del alma humana y recién comienza a revalorizarse a
partir del siglo XX, especialmente con el descubrimiento del poder de los mitos
y la teoría de los arquetipos del ya citado Jung. De tal modo, el símbolo se
convierte en una suerte de conexión entre el hombre y el principio que aquel
representa y del cual emana.
En
masonería, el símbolo conforma un método de acceso a este lenguaje mediante la
iniciación y el posterior trabajo en Logia. El símbolo, al igual que el proceso
iniciático, carece de coordenadas de espacio y tiempo; puede ubicarse en
cualquier época y en cualquier cultura; actúa de manera independiente de
cualquier forma de religiosidad e impacta en la conciencia con la fuerza de la
experiencia vital. La potencia del lenguaje simbólico que emplean los masones
reside justamente en la capacidad que posee el “drama iniciático”, que
transcurre en un espacio virtual, para trasmitir al neófito en el sentido más
profundo del símbolo y hacerlo partícipe de esa conexión.
En
su tratado sobre La interpretación de los símbolos, Luis Galarza expresa que
“...el poder de persuasión y de convicción del símbolo estriba en que a través
de la imagen se vivencia un sentido, se despierta una experiencia antropológica
vital, en la que se ve implicado el intérprete. En el momento de la
interpretación, el sujeto debe aportar su propio imaginario que actúa como
medio en el cual se despliega el sentido, y debe atender a las resonancias, a
los ecos que en él se despiertan, acontecen...”
Visto
desde esta perspectiva, podríamos decir que en masonería, el éxito del iniciado
no dependerá de otra cosa que de su capacidad para penetrar la naturaleza de
esos símbolos y aprehender aquel nuevo lenguaje (el simbólico) con el cual
reinterpretará el mundo; pero, lo que es aún más importante, se reinterpretará
a sí mismo, convirtiéndose en artífice de su propio templo espiritual y de la
sociedad que integra.
Esta
simbología está integrada a la arquitectura y al arte, pero también se percibe
en estructuras sociales y políticas en donde cobra dimensión sociológica. Sería
un error circunscribir la acción del símbolo a un ámbito puramente esotérico,
pues la historia de la francmasonería demuestra con claridad que el símbolo
puede convertirse en factor inspirador de cambios sociales, inducir un nuevo
orden moral, establecer normas de conducta y adquirir una dimensión ética en la
vida republicana, en la lucha por los derechos humanos y en la construcción de
una nueva sociedad regenerada. En síntesis: emergiendo del misterio mismo y de
la experiencia iniciática, el simbolismo masónico alcanza su destino final en
la construcción del progreso.
Los
símbolos no exigen creencias particulares. Son el resultado del progreso de la
conciencia desde las oscuridades prehistóricas de nuestra especie. Los
símbolos, como ningún otro lenguaje, colocan al hombre frente a su propia
sombra indicándole, a su vez, el camino de la luz.
En
esta capacidad se basa el concepto de fraternidad universal, común a todas las
corrientes masónicas, puesto que apunta a descubrir la naturaleza esencial de
la humanidad toda más allá de cualquier sectarismo. No en vano los regímenes
totalitarios han desarrollado su propia simbología explotando el lado oscuro de
la naturaleza humana. Ni tampoco por casualidad encontramos símbolos masónicos
en los documentos fundacionales de las democracias modernas.
GGC
M:.M:.
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