domingo, 20 de abril de 2025

La Fraternidad como pilar vivo de la unidad masónica

Muchacha leyendo una carta
Johannes Vermeer

En la vasta arquitectura del Templo del Gran Arquitecto del Universo, cada uno de nosotros es una piedra viva en el edificio moral de la humanidad. Así como la escuadra y el compás modelan nuestra conducta, y el cincel pule nuestras asperezas interiores, es la fraternidad la argamasa invisible que une nuestras almas y mantiene en cohesión el edificio espiritual de la Orden. La fraternidad no es un mero saludo ritual ni una palabra vacía, sino una fuerza sagrada que fluye entre nosotros, dando sentido a nuestro trabajo y elevando nuestra vocación.

La fraternidad masónica no se impone ni se hereda. Se construye, como se construye el Templo interior. Surge del reconocimiento profundo del otro como espejo de uno mismo; del deber libremente asumido de sostener al hermano en su caída, de moderarlo en su ascenso, de consolarlo en su aflicción, y de compartir con él la luz cuando esta brilla en nuestro taller.

A diferencia de otras instituciones profanas, la fraternidad masónica no está cimentada en la sangre ni en el interés, sino en el compromiso ético y espiritual de cultivar el amor fraternal. Es una fraternidad que exige trabajo sobre sí mismo, silencio en la discordia, templanza en la pasión y humildad en el juicio. Esta fraternidad no es pasiva; es activa, esculpe voluntades, funde diferencias, crea armonía donde antes había ruido.

Si la fraternidad es el lazo vivo que nos une, la unidad es su fruto más noble. Unidad no significa uniformidad, ni homogeneidad de pensamiento. En la francmasonería, la unidad es sinfonía, no monotonía; es la armonía de múltiples voces que vibran al unísono bajo la batuta de un ideal común. La unidad masónica nace del respeto a la diversidad de caminos, credos y procedencias, todos convergentes en el mismo deseo de perfección interior y de servicio a la humanidad.

No hay unidad verdadera sin fraternidad auténtica. Donde hay celos, rivalidades, intereses personales o luchas por poder, la unidad se quiebra, y con ella se resquebraja el templo. Pero cuando reina la fraternidad sincera, la diferencia se vuelve riqueza, el conflicto se transforma en oportunidad de crecimiento, y el taller entero avanza como un solo cuerpo, guiado por la Luz del Oriente.

Vivimos tiempos donde las fuerzas de la división, del individualismo exacerbado y del materialismo amenazan la cohesión de las instituciones, incluso de aquellas que se dicen consagradas al bien. La francmasonería no está exenta de tales riesgos. Solo una fraternidad sólida, cultivada con constancia y humildad, puede sostenernos firmes frente a las tormentas del mundo profano. Y solo ella puede renovarnos desde adentro, recordándonos que no somos columnas solitarias, sino parte de un diseño mayor.

El masón que no cultiva la fraternidad no puede aspirar a construir unidad, pues no ha comprendido aún el arte del amor constructivo. Ser fraterno es mirar al otro como un compañero de viaje, como un hermano de causa y de destino. Es comprender que cada logia es una célula viva del cuerpo masónico universal, y que su salud depende de la calidad del lazo fraterno que en ella se cultiva.

Queridos Hermanos, en cada tenida encendemos la llama de la fraternidad. No dejemos que esta se apague. Que nuestras palabras y actos reflejen ese compromiso profundo de tratarnos como verdaderos hermanos: con respeto, con paciencia, con compasión. Y que, desde esa fraternidad, siempre renovada, emerja una unidad masónica fuerte, luminosa y trascendente.

Así, nuestro Templo no será solo un símbolo, sino una realidad viva, visible y transformadora. Una unidad forjada no en el miedo ni en la sumisión, sino en el amor que no pide nada a cambio. Esa es la verdadera piedra angular sobre la que se alza la Francmasonería eterna.

Es mi palabra 

GGC

M:.M:.


No hay comentarios:

Publicar un comentario