En el silencio de
nuestra Logia, rodeado del simbolismo que nos eleva hacia la verdad y nos
instruye, surge en mí la reflexión sobre el paralelismo entre el Templo
Masónico y el propio ser humano, pues también nosotros somos templos vivientes
en construcción constante.
Desde esta reflexión
quise tomar una postura septenaria respecto a los cuerpos que componen al ser
humano. Para esta ocasión, me enfocaré en el cuaternario inferior, compuesto
por: cuerpo físico, cuerpo vital, cuerpo emocional y cuerpo mental. Cada uno de
estos cuerpos implica un trabajo, un cuidado y una vigilancia que nos llevan,
paso a paso, hacia el autoconocimiento.
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| El geógrafo Johannes Vermeer Museo Städel, Alemania  | 
El cuerpo físico
Podemos compararlo con
los elementos visibles que adornan y estructuran nuestro Templo: las columnas,
las luces, los textos y las formas rituales. 
El cuerpo físico
constituye nuestra propia arquitectura, aquella que nos sostiene y nos permite
actuar en el mundo. 
Así como mantenemos la
pulcritud, el orden y el cuidado de nuestro Templo Masónico, también debemos
procurar disciplina y atención hacia nuestro propio cuerpo. El Templo material
exige preparación antes y después de cada tenida; del mismo modo, nuestro cuerpo
requiere constancia, higiene y fortaleza, pues es la piedra angular sobre la
cual se erige todo el edificio interior. 
Así como quien se
enamora cuida cada detalle; quien ama la masonería cuida el Templo y también su
cuerpo, que es su primera herramienta de trabajo.
El cuerpo vital
El cuerpo vital es la
energía que nos anima y da movimiento. Para preservarlo debemos cultivar buenos
hábitos: un descanso reparador, una alimentación adecuada, y prácticas que
fortalezcan nuestras energías internas. En paralelo, el Templo también se nutre
de la vitalidad que traemos a él: cada vez que asistimos con alegría, con buena
disposición y con voluntad de trabajar, impregnamos sus muros de una energía
sutil que lo llena de vida.
El cuerpo emocional
Este cuerpo representa
nuestros sentires, aquellos que, si no se gobiernan, pueden desbordarse como
aguas turbulentas. El cuidado del cuerpo emocional exige vigilancia constante
para mantener la serenidad, la templanza y la paz profunda.
En nuestro Templo, las
emociones se alimentan de la fraternidad: para cultivar la fraternidad debemos
dejar de lado el ego y los sentimientos profanos para poder compartir la
armonía con nuestros hermanos. 
Recordar es volver los
pasos en el corazón, esta frase viene del latín corda que significa corazón, y
es allí donde reconocemos que ya nos hemos conocido antes; nuestros lazos van
más allá de esta vida. Nada es casualidad: nos hemos reencontrado para continuar
tejiendo juntos una hermandad que trasciende el tiempo.
El cuerpo mental
El cuerpo mental es la
sede de las ideas, el discernimiento y la capacidad creadora. Es allí donde
proyectamos y organizamos nuestras acciones, donde se diseñan los planos de
nuestra obra interior. 
En el Templo Masónico,
este cuerpo se refleja en el debate constructivo, en la planificación de obras
benéficas y en el apoyo a proyectos que buscan el bien común. Nuestro
pensamiento es la escuadra y el compás con que delineamos tanto nuestras vidas
como la edificación colectiva que realizamos en la Orden.
El camino del Masón es
arduo, pues exige disciplina sobre cada aspecto de sí mismo. Pero no hay labor
más noble que la del autoconocimiento, que nos convierte en constructores
conscientes de nuestro propio templo interior.
Venerable Maestro y
Queridos Hermanos, concluyo esta plancha con la certeza de que el Templo
Masónico no solo se erige en piedra, sino en cada uno de nosotros. Al cuidar
nuestro cuerpo, nuestra energía, nuestras emociones y nuestra mente, edificamos
juntos un templo eterno, hecho de fraternidad, verdad y luz.
Es mi palabra V:.M:.
A:.F:.R:.C:.
A:.M:.

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