Quisiera comenzar este
discurso tomando prestado el siguiente fragmento de Joan Carles Mèlich, quien
nos brinda un esbozo de nuestra condición humana en relación con el tema
central del presente Tr:. Arq:.
“A menudo se ha utilizado la
metáfora del viaje para expresar el trayecto de la existencia humana. Si hay
viaje, si la existencia es un viaje, lo es porque la vida humana es
transformación, y lo es porque es finita. Nos transformamos porque nunca
estamos del todo acabados. Si fuéramos infinitos el presente se impondría de
forma pastosa y la existencia sería insoportable. Podría parecer una paradoja,
pero no lo es: la vida puede tener un sentido porque jamás tiene un único
sentido, sino siempre sentidos diversos y diferentes o incluso contradictorios,
y porque todo sentido está amenazado por el sinsentido. Es en estas
contradicciones y transformaciones donde el deseo aparece con toda su fuerza e
intensidad. Hay deseo porque nunca llegaremos a la meta de una vez para siempre.
Cuando creemos haber llegado a buen puerto surgen el desencanto y la
insatisfacción. No hay ningún puerto, ningún oasis que pueda saciar
absolutamente los deseos humanos. La vida humana no consiste en encontrar la
felicidad, sino en buscarla.”
Al respecto quiero
manifestar que siento una gran afinidad con los postulados de los autores que
mencionaré a lo largo de mi argumentación, por tal motivo será inevitable caer
en subjetividades y posiblemente esto pueda despertar diferencias de criterio
con alguno de mis QQ:.HH:., hecho que consideraría enriquecedor en aras de
motivar el diálogo y la construcción colectiva en este escenario libre de
posiciones dogmáticas y radicalismos.
La cultura es un constructo
social que a lo largo de la historia ha sido reflejo de las costumbres, hábitos
y la visión del mundo de los miembros de cada grupo social, y que a su vez ha
servido como soporte para su desarrollo y devenir histórico, formando un ciclo
en el que la cultura se alimenta de la sociedad, mientras que el desarrollo
social es inherente a su cultura. Dado lo anterior podríamos decir que ambos
conceptos tienen un carácter dinámico, por ende, todos los productos culturales
entre los que se cuenta el lenguaje, así como su significación y asignación de
sentido también poseen dicha característica móvil, que con el paso del tiempo
ha adquirido una connotación mucho más voluble o como la llamaría Zygmund
Bauman, una condición líquida.
Duelo a garrotazos "Las dos Españas" Francisco de Goya Museo del Prado - Madrid |
La vertiginosa movilidad que
hemos adquirido en nuestra condición de seres sociales, además de finitos, nos
sume en la más profunda contradicción, situación que es acuñada por el mismo
Mèlich quien asegura que “Porque somos finitos existimos «en dependencia»:
«desde», «entre», «para», «a partir de», «frente a», «en relación con», «en
contra de», «a favor de», «junto a»... No es lo categórico ni lo absoluto, lo
claro y lo distinto, la coherencia y la fortaleza, lo que caracteriza
fundamentalmente el modo de ser humano, sino lo circunstancial y lo
preposicional, lo relativo y lo dativo, lo frágil y lo contradictorio”. Esto se
debe a que, como especie racional, somos conscientes de nuestra finitud,
vivimos constantemente en negación de nuestra condición finita y buscamos la
trascendencia, bien sea a través de un legado cultural, o mediante la búsqueda
constante de una relación con la deidad, cualquiera que sea nuestra idea de
ella; situaciones que de alguna manera nos brindan seguridad y disuelven la
angustia del final, ante la idea de una posible existencia perenne.
En este sentido, muchos de
los conceptos culturales se convierten en elementos maleables, tal es el caso
del concepto de coherencia, mencionado de manera reiterativa en diversos
escenarios sociales, con acepciones tan contradictorias que podría considerarse
incluso paradójico. A fin de sustentar esta posición, referenciaré nuevamente a
Mèlich, quien en su Ética de la compasión describe nuestra condición humana de
la siguiente forma:
“Nadie, nunca, es ni puede
ser plenamente fiel a su pasado, a su tradición, a su herencia, a su mundo. La
coherencia, la congruencia, la fidelidad al mundo no son atributos humanos.
Allí donde lo humano hace su aparición surge también necesariamente la
ambivalencia, la selección, el recuerdo y el olvido, la interpretación, la
reubicación, los umbrales, las sombras y los crepúsculos..., la deserción. La
condición humana es una condición desertora. Nuestra «fidelidad», decía Paul
Celan, radica precisamente en desertar: «Sólo si soy desertor, soy fiel».”
Los postulados del autor en
mención guardan estrecha relación con la siguiente descripción aportada por Paul
Valéry, quien manifiesta:
“La interrupción, la
incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se
han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes
sólo se alimentan […] de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados
[…] Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el
aburrimiento dé fruto.
Entonces, todo el tema se
reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente humana
ha creado?”
Teniendo en cuenta lo
anteriormente expuesto, me gustaría lanzar a mis QQ:.HH:. la siguiente
pregunta, ¿Cómo seres imperfectos y
creadores del concepto objeto de esta disertación, es posible para nuestra
condición humana acuñar la existencia de algún producto cultural en el que no
exista contradicción?, desde una perspectiva muy personal me atrevería a
responder que no, e incluso yendo un poco más lejos, pensaría que la mayor
incoherencia del ser humano radica en el hecho de creerse coherente, dado que
esta posición implicaría el desconocimiento del cambio y una concepción
estática e inalienable del ser, situación por demás hipotética y utópica, tal y
como lo plantea Bauman, quien asegura que “cuando observamos a las personas que
conocemos y sobre las que sabemos algo: “vistas a distancia, sus existencias
parecen poseer una coherencia y unidad que en realidad no pueden tener, pero
que al espectador le parecen evidentes”. Se trata, por supuesto, de una ilusión
óptica.”.
Palas y el Centauro Sandro Boticelli Galería Uffizi - Florencia |
Quiero ser enfático en que a
través del presente Tr:.Arq:. no pretendo hacer apología a ningún comportamiento
que atente contra la ética, tampoco pretendo ser poseedor de verdades
absolutas. Simplemente hacer un reconocimiento a una condición que nos hace
humanos, la razón es un motor que impulsa al pensamiento, herramienta de
creación y gestión del cambio social, sin ella probablemente podríamos alcanzar
la coherencia de la bestia, que obedece a su instinto sin sentirse perturbada
por sentimientos de culpa y mucho menos por una necesidad de trascendencia,
motivada por una inevitable perspectiva de la propia muerte.
Para cerrar, no me resta más
que manifestar que la coherencia, concebida desde una perspectiva moral, actúa
como un concepto cruel y opresor del cambio constante que opera en nuestro
interior, implicaría aferrarse a concepciones de mundo estáticas, negando el
principio del diálogo, que reconoce en el interlocutor a un ser válido, con la
capacidad de analizar situaciones y construir sus propios argumentos,
llevándonos a escenarios de represión en los que nunca se estará dispuesto a renovar
el pensamiento a partir del contacto con otras ideas.
Por otra parte una
concepción de coherencia mediada por el cambio, implicaría una capacidad de
adaptación motivada por la argumentación, en la que reconocemos nuestra condición
humana y de seres en constante construcción, aceptando la contradicción como
elemento inherente a nuestra existencia y del error como insumo fundamental
para el aprendizaje y la remodelación nuestros Tem:. Interiores, hecho que
debería traspasar los límites del espacio privado, haciéndose extensivo a la
forma en que nos relacionamos con nuestros HH:. y con el mundo profano.
Es mi palabra.
CAAH
M:. M:.
Hosp:.
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