domingo, 7 de septiembre de 2025

La Escalera Iniciática y el tránsito consciente por los símbolos

 

La Masonería nos propone un sendero que no es horizontal ni recto, sino ascendente, semejante a una escalera que conduce al cielo interior. Esta escalera iniciática es, a la vez, símbolo y realidad, metáfora del camino que recorremos dentro de la Orden y expresión viva de las etapas del crecimiento espiritual. Cada peldaño corresponde a un aprendizaje, a un trabajo sobre la piedra bruta de nuestra personalidad, a una victoria sobre la ignorancia, el egoísmo y las pasiones que oscurecen nuestra luz.

Relativity
Maurits Cornelis Escher
Gemeentemuseum Den Haag, The Hague,Netherlands


El Primer Grado, el grado de Aprendiz, representa el primer peldaño de esta escalera. Es el punto de partida, el despertar del espíritu que, habiendo sido llamado, se dispone a abandonar las tinieblas de lo profano para caminar hacia la luz del conocimiento. El Aprendiz no sabe aún lo que encontrará en lo alto, pero confía, labora y se ejercita en el silencio, porque comprende que el crecimiento interior exige humildad, disciplina y paciencia. La escalera no puede subirse de un salto: cada peldaño debe ser conquistado con esfuerzo personal y con la ayuda de la fraternidad.

Los grados masónicos no deben ser entendidos únicamente como una jerarquía administrativa o una sucesión de títulos, sino como procesos de transformación interior. Cada grado es una experiencia que reordena nuestra manera de ver y de sentir, ampliando progresivamente nuestra conciencia. El Aprendiz aprende a dominar el ruido interior y a abrir los ojos al lenguaje de los símbolos; el Compañero se ejercita en el estudio y en el análisis comparativo; el Maestro profundiza en los misterios de la vida y de la muerte y se compromete con la transmisión de la tradición. Así, los grados constituyen un mapa de evolución, un recordatorio de que la sabiduría no se obtiene de golpe, sino paso a paso, como quien asciende lentamente hacia la claridad del Oriente.

En este camino, los símbolos se convierten en guías luminosas. Son mucho más que signos gráficos o decorativos: son llaves que abren puertas de comprensión, espejos que nos devuelven imágenes ocultas de nosotros mismos, semillas de ideas que germinan en la mente y en el corazón. El mazo y el cincel, la escuadra y el compás, la plomada y la regla, cada uno de ellos encierra múltiples significados, accesibles al iniciado en la medida en que reflexiona, medita y vive su simbolismo. El paso por los símbolos es, en realidad, un proceso de alquimia interior, donde lo ordinario se convierte en extraordinario, lo material en espiritual, lo aparente en trascendente.

La conciencia individual se ve impactada profundamente cuando comprendemos que cada símbolo no es algo externo, sino un reflejo de nuestra propia vida interior. Al trabajar con ellos, no solo aprendemos a construir un templo en el mundo, sino a edificar nuestro propio templo interior. Cada vez que el Aprendiz contempla un símbolo, se enfrenta a un espejo de sí mismo: la piedra bruta que debe pulir, la escuadra que debe rectificar sus actos, el compás que debe trazar los límites de sus pasiones. En este ejercicio, el iniciado se va descubriendo y transformando, y su conciencia se expande hacia una visión más amplia de la existencia y de la fraternidad.

La escalera iniciática también nos recuerda que no basta con ascender; es necesario que cada peldaño se convierta en una conquista real, que cada grado deje una huella en nuestra conducta y que cada símbolo ilumine nuestra vida cotidiana. Si el Aprendiz se limita a acumular conocimientos sin transformarlos en sabiduría vivida, su ascenso será aparente, y su escalera quedará suspendida en el aire. Pero si cada paso va acompañado de reflexión, silencio, trabajo y fraternidad, entonces la escalera se convierte en un puente sólido entre lo humano y lo divino, entre el yo individual y la gran cadena universal.

El Primer Grado se nos invita a recordar que la Masonería no es un punto de llegada, sino un camino perpetuo de perfeccionamiento. Subir la escalera iniciática no significa buscar honores ni distinciones, sino transformar nuestro ser desde dentro. Los grados son estaciones de aprendizaje, y los símbolos son maestros silenciosos que nos acompañan en ese tránsito. La verdadera luz no se recibe del exterior, sino que se enciende en la conciencia cuando hemos trabajado con sinceridad y constancia en la obra de nuestro propio templo interior.

Que la escalera iniciática nos inspire a subir siempre con humildad y perseverancia, que los grados nos recuerden la responsabilidad que conlleva cada avance, y que los símbolos sigan siendo para nosotros fuentes inagotables de sabiduría y de transformación. Así construiremos, en nuestra conciencia y en nuestra vida, un templo vivo que refleje la fraternidad, la justicia y la armonía que son la esencia de la Masonería.

Es mi palabra VM

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