La Masonería nos
propone un sendero que no es horizontal ni recto, sino ascendente, semejante a
una escalera que conduce al cielo interior. Esta escalera iniciática es, a la
vez, símbolo y realidad, metáfora del camino que recorremos dentro de la Orden
y expresión viva de las etapas del crecimiento espiritual. Cada peldaño
corresponde a un aprendizaje, a un trabajo sobre la piedra bruta de nuestra
personalidad, a una victoria sobre la ignorancia, el egoísmo y las pasiones que
oscurecen nuestra luz.
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Relativity Maurits Cornelis Escher Gemeentemuseum Den Haag, The Hague,Netherlands |
El Primer Grado, el
grado de Aprendiz, representa el primer peldaño de esta escalera. Es el punto
de partida, el despertar del espíritu que, habiendo sido llamado, se dispone a
abandonar las tinieblas de lo profano para caminar hacia la luz del
conocimiento. El Aprendiz no sabe aún lo que encontrará en lo alto, pero
confía, labora y se ejercita en el silencio, porque comprende que el
crecimiento interior exige humildad, disciplina y paciencia. La escalera no
puede subirse de un salto: cada peldaño debe ser conquistado con esfuerzo
personal y con la ayuda de la fraternidad.
Los grados masónicos no
deben ser entendidos únicamente como una jerarquía administrativa o una
sucesión de títulos, sino como procesos de transformación interior. Cada grado
es una experiencia que reordena nuestra manera de ver y de sentir, ampliando
progresivamente nuestra conciencia. El Aprendiz aprende a dominar el ruido
interior y a abrir los ojos al lenguaje de los símbolos; el Compañero se
ejercita en el estudio y en el análisis comparativo; el Maestro profundiza en
los misterios de la vida y de la muerte y se compromete con la transmisión de
la tradición. Así, los grados constituyen un mapa de evolución, un recordatorio
de que la sabiduría no se obtiene de golpe, sino paso a paso, como quien
asciende lentamente hacia la claridad del Oriente.
En este camino, los símbolos
se convierten en guías luminosas. Son mucho más que signos gráficos o
decorativos: son llaves que abren puertas de comprensión, espejos que nos
devuelven imágenes ocultas de nosotros mismos, semillas de ideas que germinan
en la mente y en el corazón. El mazo y el cincel, la escuadra y el compás, la
plomada y la regla, cada uno de ellos encierra múltiples significados,
accesibles al iniciado en la medida en que reflexiona, medita y vive su
simbolismo. El paso por los símbolos es, en realidad, un proceso de alquimia
interior, donde lo ordinario se convierte en extraordinario, lo material en
espiritual, lo aparente en trascendente.
La conciencia
individual se ve impactada profundamente cuando comprendemos que cada símbolo
no es algo externo, sino un reflejo de nuestra propia vida interior. Al
trabajar con ellos, no solo aprendemos a construir un templo en el mundo, sino
a edificar nuestro propio templo interior. Cada vez que el Aprendiz contempla
un símbolo, se enfrenta a un espejo de sí mismo: la piedra bruta que debe
pulir, la escuadra que debe rectificar sus actos, el compás que debe trazar los
límites de sus pasiones. En este ejercicio, el iniciado se va descubriendo y
transformando, y su conciencia se expande hacia una visión más amplia de la
existencia y de la fraternidad.
La escalera iniciática
también nos recuerda que no basta con ascender; es necesario que cada peldaño
se convierta en una conquista real, que cada grado deje una huella en nuestra
conducta y que cada símbolo ilumine nuestra vida cotidiana. Si el Aprendiz se
limita a acumular conocimientos sin transformarlos en sabiduría vivida, su
ascenso será aparente, y su escalera quedará suspendida en el aire. Pero si
cada paso va acompañado de reflexión, silencio, trabajo y fraternidad, entonces
la escalera se convierte en un puente sólido entre lo humano y lo divino, entre
el yo individual y la gran cadena universal.
El Primer Grado se nos
invita a recordar que la Masonería no es un punto de llegada, sino un camino
perpetuo de perfeccionamiento. Subir la escalera iniciática no significa buscar
honores ni distinciones, sino transformar nuestro ser desde dentro. Los grados
son estaciones de aprendizaje, y los símbolos son maestros silenciosos que nos
acompañan en ese tránsito. La verdadera luz no se recibe del exterior, sino que
se enciende en la conciencia cuando hemos trabajado con sinceridad y constancia
en la obra de nuestro propio templo interior.
Que la escalera
iniciática nos inspire a subir siempre con humildad y perseverancia, que los
grados nos recuerden la responsabilidad que conlleva cada avance, y que los
símbolos sigan siendo para nosotros fuentes inagotables de sabiduría y de
transformación. Así construiremos, en nuestra conciencia y en nuestra vida, un
templo vivo que refleje la fraternidad, la justicia y la armonía que son la
esencia de la Masonería.
Es mi palabra VM
G:.G:.C:.
M:.M:.
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