En
masonería una de las máximas del grado de aprendiz es el silencio, con él
aprendemos la introspección, el silencio es la virtud a través de la cual se
aprende a ser prudente e indulgente.
El
aprendiz no tiene nada que decir, no sabe nada, su edad no le permite aun hacer
preguntas, tan solo puede callar, abrir los ojos observando lo que ocurre a su
alrededor y escuchar atentamente cuanto pasa.
A
partir del silencio podemos despertar nuestros sentidos, hacer viajes al
interior de nuestros pensamientos y reposar en ellos tranquilamente. El
silencio inspira al aprendiz a entrar en su espiritualidad, a contemplar la
gran obra y a buscar la luz. El silencio esta simbolizado en la llana o paleta
que sella los labios del aprendiz dulcemente para que éste lo guarde desde la
tranquilidad del afecto y el crecimiento lento y seguro.
El
silencio está en búsqueda del equilibrio, para aprender a callar hay que estar
consciente de nuestra incapacidad de hacerlo, las palabras son la consecuencia
directa de nuestros pensamientos, las mejores palabras son las cortas, las
breves, las que no implican más que lo justo y estructurado, el dominio de sí
mismos y la más profunda espiritualidad.
En música
por ejemplo el silencio es considerado como una nota que no se ejecuta, marca
un tiempo, una pausa que generalmente es breve, y se grafica en el pentagrama
en forma de una z, el silencio en la música puede lograr un largo disfrute de
lo que precede y lo que viene, pero en el silencio también está implícito el
sentimiento del compositor, el nivel de dramatismo que quiere imprimir en su
obra, es por esto que el silencio se considera música en sí mismo. El silencio
también es un descanso para que los intérpretes se recompongan y renazcan.
En la vida
profana el silencio implica un gran sacrificio, los hombres y mujeres estamos
acostumbrados a desbordar nuestras pasiones a través de las palabras, esas que
en tantas ocasiones se atiborran en la garganta y comienzan a explotar como
ráfagas incontrolables de fusil.
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