No hay valor más controversial para el desarrollo humano que la libertad. Se supone que a través de ella tomamos las riendas de nuestro proceso de vida y determinamos los rumbos que hemos de seguir. Es el proceso de la autonomía, o más exactamente de manejar, controlar y proyectar la propia existencia a todos los niveles.
Los conceptos de libertad e igualdad han sido bastante
tratados, pero es necesario abordarla desde su elemento central, la equidad y
deben ser vistas desde diferentes entornos: el familiar, el social, el cultural,
el individual en los cuales cada uno representan todos aquellos elementos que
de una u otra forma condicionan al ego en su proceso de auto-configuración.
El proceso histórico del Desarrollo humano ha estado
marcado desde mediados del siglo XX por diversas teorías que van desde la
teoría de la modernización en 1950 con ROSTOW basada en una visión lineal. La
teoría de la
Dependencia Económica en 1960 con un enfoque histórico
estructural; en 1970 con el Dualismo y hasta el
Neo-estructuralismo en 1980.
Ya en las décadas del 70 y 80 se comienza a pensar en
el desarrollo humano no sólo desde la perspectiva del desarrollo económico como
el poder de adquisición, la productividad, renta, ahorro e infraestructura,
sino también como la reducción de los niveles de pobreza, desigualdad
desempleo, visto desde el concepto mismo de crecimiento económico.
El desarrollo se centra entonces en la satisfacción de
las necesidades básicas de los seres humanos tales como nutrición, salud,
educación, servicios, como medios para proporcionar estabilidad en las
personas.
El desarrollo económico deja de ser un fin en si mismo
para convertirse en un medio a través del cual los seres humanos satisfagan sus
necesidades básicas, mejoren sus condiciones de vida y ejerzan sus libertades.
se plantea entonces un desarrollo humano
multidimencional basado en las libertades del hombre tanto políticas con
alternativas de participación, opinión pública y elecciones libres;
oportunidades sociales como satisfactores de las necesidades básicas de los
seres humanos, educación, servicios, productividad etc.; adquisición económica
como medio para conseguir un sustento digno, todo ello basado en el concepto de
agente: El individuo que actúa y provoca cambios y cuyos logros pueden mirarse
desde sus propios valores y objetivos y también en función de criterios
externos.
El
desarrollo humano igualmente debe verse en doble sentido de la libertad, de
manera constitutiva relacionada con “la importancia de las libertades
fundamentales para el enriquecimiento de la vida humana”[1] y como medio principal del
desarrollo en un sentido instrumental teniendo en cuenta las libertades
políticas, los servicios económicos, oportunidades sociales, las garantías de
transparencia y la seguridad protectora.
Es
indudable que el Estado juega igualmente un papel preponderante en el desarrollo
humano basado en la libertad, puesto que este debe generar oportunidades de
seguridad social e intervención pública activa, así como garantizar la
expansión de servicios sociales tales como la educación, la salud, la protección
ciudadana y respeto de los derechos civiles, políticos y el derecho a estar
informados.
Se
considera el desarrollo como un proceso de intervención activa perneado
transversalmente por el desarrollo
económico, la libertad, las oportunidades sociales, los derechos políticos, la
sostenibilidad ambiental, la equidad de género, la posibilidad de crecimiento
individual y social, el respeto por la diversidad cultural y el auto-sostenimiento.
El
desarrollo Humano debe constituirse como una propuesta endógena desde la cual
se construya un modelo propio en donde se tenga en cuenta lo interno (el
conocimiento de si mismos) y lo externo (el ambiente que nos rodea), así mismo
donde se construyan relaciones horizontales partiendo del pensamiento, la
interpretación e identificación del contexto, agenciados desde la propia
comunidad; satisfaciendo las necesidades propias y construyéndonos desde la
equidad, el respeto, la diferencia y el auto-conocimiento. En palabras de
Martín Buber “la libertad y el destino están solemnemente comprometidos el uno
con el otro. Y fuertemente unidos en significado”[2]
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