jueves, 27 de marzo de 2025

Un viaje sin retorno


Laberinto
Leonora Carrintong


El simbolismo del viaje en la Masonería representa una travesía de transformación personal, intelectual y espiritual. A lo largo de los diversos grados y ritos, los viajes simbólicos conducen al masón por caminos de conocimiento, esfuerzo y autorreflexión que buscan modelar su “piedra bruta”, es decir, su ser imperfecto, hacia una versión más elevada y refinada.

Desde esta perspectiva, los viajes masones nos enseñan que la vida es una constante búsqueda de perfección a través del trabajo, el estudio y la reflexión. Cada obstáculo superado, cada herramienta simbólica empleada y cada conocimiento adquirido son pasos hacia la construcción de un templo interior más noble y elevado. La Masonería nos invita a ser arquitectos de nuestra propia existencia, enfrentando con valentía las adversidades y contribuyendo con sabiduría y amor a la construcción de una sociedad más justa y fraterna.

En la historia de la humanidad, los viajes han sido símbolos de transformación, aprendizaje y superación. Desde las epopeyas de los antiguos exploradores que cruzaron océanos en busca de nuevas tierras, hasta el esfuerzo personal que implica salir del hogar para cumplir metas académicas o profesionales, el acto de desplazarse físicamente o simbólicamente representa crecimiento. Este simbolismo tiene una analogía profunda con el conocimiento y los procesos educativos.

En el contexto educativo y del aprendizaje físico, esta filosofía también tiene resonancia. Cada estudiante emprende su propio viaje hacia el conocimiento, enfrentando desafíos que demandan esfuerzo, perseverancia y voluntad. Los docentes, como guías en este recorrido, ofrecen las herramientas necesarias para que los jóvenes puedan desbastar sus piedras brutas y transformarse en seres conscientes, críticos y compasivos. Desde la perspectiva docente, cada día en el aula se convierte en una travesía compartida con los estudiantes, donde el maestro no solo orienta el aprendizaje, sino que también enfrenta desafíos y busca nuevas formas de inspirar a sus alumnos.

El docente, al igual que el viajero masón, utiliza herramientas no físicas sino pedagógicas para moldear la "piedra bruta" del conocimiento, transformándola en una estructura sólida, comprensible y valiosa, capaz de sostener el crecimiento intelectual y humano.

Para una familia, el “viaje” puede significar el acompañamiento del desarrollo de sus hijos, enfrentando desafíos económicos, emocionales y sociales. Así como los artesanos antiguos moldeaban la piedra bruta con esfuerzo y dedicación, los padres moldean la vida de sus hijos mediante valores, enseñanzas y apoyo incondicional.

Los viajes también tienen un significado personal y profesional cuando alguien debe alejarse de su hogar para alcanzar sus metas. Esta decisión implica sacrificios, como la distancia de la familia o el enfrentamiento a lo desconocido. Sin embargo, al igual que en el quinto viaje simbólico descrito en la masonería, el retorno  ya sea físico o simbólico permite traer consigo sabiduría, experiencia y logros.

En definitiva, el simbolismo de los viajes, tanto en la masonería como en la vida, nos invita a recordar que el verdadero progreso nace del esfuerzo constante, la perseverancia y la dedicación. Cada trayecto, ya sea en el ámbito familiar, educativo o profesional, representa una oportunidad invaluable para aprender, crecer y trascender. Al desbastar nuestras propias imperfecciones y construir una versión más plena de nosotros mismos, nos preparamos no solo para enfrentar nuevos desafíos, sino también para compartir lo aprendido, dejando una huella positiva en nuestra comunidad y contribuyendo al bienestar de la humanidad.

Es mi palabra 

JGC

C:.M:.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Preludio a la fundación distópica


Imagen cortesia de la tapadera.com


Todo el progreso genera miedo, pero estamos a puertas de un salto tecnológico sin precedentes y es la integración social de las inteligencias artificiales, las máquinas y el mundo que hemos construido los humanos. Cabe reflexionar sobre lo que hemos hecho a lo largo de los últimos siglos en relación con nuestros recursos humanos, intelectuales, orgánicos e inorgánicos. Si bien la calidad y expectativa de vida ha mejorado en algunos aspectos, al mirarnos como especie al espejo debemos afrontar que la codicia ha saltado nuestro instinto de conservación de todas las maneras posibles y ha profundizado las divisiones que hemos creado y las que seguimos creando a hoy. Viejas narrativas y nuevas estrategias nos sumergen en discusiones sin sentido práctico y material que no aportan al caos que hemos desatado en términos ambientales. Es en ese escenario distópico y poco alentador donde la posibilidad de ascenso y aceptación de una potencial tecnocracia nos acecha. Al humano le ha quedado grande esta tarea, tal vez un algoritmo lo haga mejor; no es mi conclusión pero sí la de muchos y cada dia mas. Es por eso, que hoy en el preludio de esta fundación de nueva sociedad que vivimos debemos plantar fuertes columnas, que permitan ser la brújula del provenir y cabe reflexionar sobre algunos aspectos. Dimensionar así el impacto social, no era una cuestión de conciencia de clases, sino de instinto de conservación de nuestra especie. Como lo propuso Asimov en sus leyes de la robótica y que hoy por hoy se están reemplazando, pero que no tienen una propuesta estándar aún, con lo que hay grietas que a propósito permiten desarrollos para aplicación en la guerra y otros usos nocivos, no es la robótica, o la IA mala per se, pero son herramientas que pueden ser manipuladas para fines particulares, teniendo un potencial de mejorar la vida de todos los seres humanos en diversos campos.

Inteligencia Artificial y Tecnocracia: ¿Utopía o Distopía Programada?

La automatización basada en IA ya permea gobiernos y economías: desde algoritmos que optimizan recursos públicos en Estonia hasta chatbots judiciales el sistema "JUDI" (Jurisprudential Database Initiative) de Singapur que emplea IA para asistir en consultas legales básicas. Estas herramientas prometen eficiencia, pero su implementación actual revela una paradoja: mientras los Estados adoptan modelos tecnocráticos, el control real recae en gigantes tecnológicos que monopolizan la infraestructura cloud (AWS, Google Cloud, Azure). Quien posee los servidores y los modelos de lenguaje define las reglas del juego; como los sistemas de vigilancia con reconocimiento facial, desarrollados por empresas privadas, se usan en políticas migratorias sin escrutinio democrático. El riesgo no es solo la concentración de poder, sino la opacidad: ¿quién audita los algoritmos que deciden subsidios o sentencias?. El futuro próximo plantea escenarios más complejos. Si las IA generativas como GPT-5 o Gemini Ultra se integran en la toma de decisiones legislativas, podrían optimizar leyes, pero también replicar sesgos o crear dependencia sistémica. Imagine una burbuja donde las tecnocracias dependen de IA no reguladas: fallos en el código derivarían en colapsos sociales. Además, la automatización acelerada podría desencadenar en desempleo estructural, muchos de los trabajos administrativos públicos son automatizables. Frente a esto, surgen alternativas híbridas: marcos legales que exijan transparencia algorítmica y el desarrollo de clouds públicos, como la iniciativa europea GAIA-X, que es un proyecto para crear una infraestructura cloud soberana y federada, en respuesta a la dependencia de corporaciones

La mitigación de daños requiere reinventar el contrato social. El salario básico universal (SBU) se perfila como compensación ante los despidos masivos, pero sin reformas fiscales que graven a las empresas de IA, el SBU es insostenible. Alternativas complementarias incluyen la reconversión laboral hacia roles de supervisión de sistemas autónomos y la “semana laboral de 4 días” para redistribuir el trabajo restante. La clave está en desvincular el valor humano de la productividad: si la IA gestiona lo técnico, la sociedad podría enfocarse en lo ético. La pregunta no es si la tecnocracia es inevitable, sino quién y para que, programa sus algoritmos.

Japón y el debate sobre el salario básico universal (SBU) frente a la IA y la automatización

Japón, una potencia tecnológica con una población envejecida y una fuerza laboral en declive, explora el salario básico universal (SBU) como posible solución a los desafíos económicos y sociales derivados de la automatización y la IA. Aunque el país aún no ha implementado un SBU a nivel nacional, el tema ha ganado relevancia en el debate público y político, especialmente ante la creciente adopción de robots y sistemas inteligentes en sectores clave como la manufactura, los servicios y la atención médica.

Japón parece inclinarse por un enfoque pragmático: combinar SBU parciales (dirigidos a grupos específicos, pues parte importante de la población japonesa no considera apropiado recibir compensación sin esforzarse) con políticas de mejoramiento de competencias y regulación ética de la IA. El objetivo no es solo mitigar despidos, sino redefinir el rol del ser humano en una sociedad donde la tecnología asume tareas repetitivas. La IA debe liberarnos para enfocarnos en lo que nos hace humanos.

Es evidente que la integración de inteligencias humanas y artificiales penetrará cada aspecto de la vida de los seres humanos y así mismo el modo en que se gobierne la humanidad, es por tanto imperativo establecer reglas que no minen el avance tecnológico, ni la calidad de vida de las personas, sino que sean apoyos mutuos como los que sostienen la piedra angular de un arco romano, que es el progreso y mejoramiento continuos de la humanidad y las nuevas formas de conciencia no orgánicas de las cuales estamos presenciando su génesis. 

Es mi palabra 


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